lunes, 1 de diciembre de 2014

Enamorados de un recuerdo.

Y allí estábamos,
sentados nuevamente en aquel viejo sofá,
que por mucho tiempo escuchó nuestros susurros,
que presenció montones de besos apurados,
escuchó conversaciones apagadas y conversaciones que incendiaban toda la sala,
que sintió nuestro amor y también sintió como se apagaba.

Aquel viejo sofá que contempló las rosas que me regalabas
y que también miró como se marchitaban,
por más que yo quería que se mantuvieran, por más que yo quisiera tenerlas siempre.

Ese sofá que escuchó lo mucho que nos decíamos
y que ahora intenta escuchar lo poco que ya nos queda por decir.

Ese sofá que presenció nuestras idas y venidas,
pero que al final nos vio marcharnos sin mirar atrás,
o al menos haciendo el intento de no mirar de reojo hacia al recuerdo.

Entonces sólo estábamos sentados en el sofá conversando como solíamos conversar
ambos esperando mucho de este encuentro, pero nada paso. 
Besándonos de la misma forma en la que solíamos besarnos, pero yo ya no sentía nada.
Mirándonos como solíamos hacerlo o al menos creímos eso, pero no era así.

Y entonces descubrí el por qué no quería besar tus labios, 
descubrí el por qué todo este tiempo no he dejado de pensarte, 
y es porque no quería besarte después de tanto tiempo y descubrir que ya no siento nada,
descubrir que las mariposas se han largado y se fueron a buscar otro hogar al cual poner nervioso.

Por el simple hecho de que sólo estamos enamorados de un recuerdo, del ayer.
Pero ya no somos los mismos, o quizá si lo somos,
pero nuestros sentimientos se esfumaron, ya se marchitaron. 

Y entonces, te abrí la puerta porque debías irte, ya era muy tarde, 
y no sentí ese grito dentro de mi de decirte que te quedaras,
no sentí el desespero de decirte que te quiero aquí conmigo,
no sentía ya nada, y mi corazón comenzaba a aceptarlo.

Y te fuiste.
Pero esta vez te fuiste, y te deje ir.